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Terrenos de GLORIA y……SANGRE

Terrenos de GLORIA……

…….y SANGRE

Hace unas cuantas semanas me confesaba un íntimo familiar ya entrado en años, que este año tenía ganas de volver. De volver a la calle al menos una mañana de julio, a encontrarse de nuevo con sus miedos, a buscar en la calle la negrura del toro entre la marabunta. A cagarse de miedo antes y durante y a sentirse infinitamente vivo unos segundos después. ¿Qué tendrá el encierro de Pamplona que hace querer volver a hombres y mujeres a el?

El encierro es sentimiento, pasión, riesgo, vanidad, gozo, atracción, congoja, orgullo, honor, compañerismo, egoísmo, templanza, conocimiento y GLORIA. Un cóctel explosivo que o bien apasiona y engancha o se aborrece y se desprecia, al menos para continuar siendo participe de el.

Entiendan la palabra GLORIA no como algo externo, no como el reconocimiento de los demás y el protagonismo que implica a día de hoy unos metros delante del toro, que conlleva consigo habitualmente unos segundos de protagonismo en la infinidad de medios que cubren este acto. El que ha corrido un encierro en Pamplona sabe de verdad que lo último en que se piensa en carrera es en las cámaras. GLORIA al conseguir lo que todo corredor persigue, cada uno a su manera y con sus distancias por supuesto, la GLORIA que implica la cercanía a un animal mitológico, a una bestia majestuosa, a nuestro TORO BRAVO, capaz de matarte con un leve gesto,que sube con fuerza por la calle estirando su cuerpo, levantando su poderosa cabeza con sus pitones cortando la mañana pamplonesa.

Son muchos los corredores que en un momento dado han considerado dejar de correr. Quién es un apasionado de este bella danza con la muerte, de este grandioso desorden ordenado, difícilmente podrá abandonar su íntimo deseo por volver a la cara del toro, o al menos a formar parte de esta grandiosa, breve y arriesgada carrera.

Los Astrain, Aguirre, Armendariz, Buttini, Jimenez, Lafuente, Solabre, Leza,  Sanchez, Reguera, Izco, Zaratiegui, Sanz, Hermosilla, Lázaro, Apaolaza, Pilar, Lamothe, Zandio, Cía, Turley, Distler, Izcue, Oteiza, Izaguirre, Arregui, Cruchaga, Azanza, Ciganda, Benito, Barón, Manero, Burgui, Bea, Garde, Lacalle, Arana, Fuentes, Azkarate, Rodriguez, Alves, Echaniz, Castander, Bernabé, Pérez, Ruiz, Zuasti, Lekuona, Abadía, Pascual, Arístregui y otros muchos, no paran de dar vueltas cada día de junio a lo que acontecerá en hoy algo más de una semana, ansían su llegada al mismo tiempo que desean que  faltase alguna semana más para fiestas.

Pero también hay muchos otros como los Cascante, Azcona, Hermosilla, Eguiluz, Atanasio, Madina, Ruiz Taberna, Etxaniz, Peralta, Calvo y otros muchísimos corredores que aunque la edad o la indecisión les hizo no querer o no poder volver a la calle, que sienten esa misma inquietud en estos días previos a San Fermin, ese fuego que les quema dentro por volver a la calle. Si pudieran volverían a esos momentos de Gloria, sufrimiento y miedos. Y es que esa atracción irrefrenable va a la par de los miedos que habrá que vencer, de las noches de insomnio que habrá que sufrir en la cama, indefenso, inmóvil a sabiendas que unas horas después, aunque cueste mucho, se pondrán en pie para, cada cual con su rutina, acudir a ese recorrido tortuoso y encajado, oscuro, expectante,  que en ese momento es el centro de las miradas taurinas y no taurinas de este planeta.

En Pamplona las mañanas de esos días de julio, son diferentes. La luz en los días soleados es concreta, exacta, siempre la misma. Los pajarillos  (¿vencejos, golondrinas, aviones?) revolotean canturreando siempre a esas horas, jugueteando con escándalo en el cielo pamplonés a falta de una hora para que estalle el cohete que dará comienzo a la carrera. Parece que anuncian un acto único e increíble de locura colectiva. Curiosamente unos días antes no es fácil escucharlos pero esas mañanas de julio se les oye con estrépito. Recorrer las calles a esas horas es un contraste entre la seriedad del que acude al encierro y la de aquellos a los que la noche se les ha hecho corta y verán el encierro con la resaca de la tarde, desde la comodidad de su sofá.

El encuentro con los amigos cada mañana en el que se comenta la carrera del día anterior, se felicita al que tuvo la suerte de pillar toro, se indaga información de como subieron los toros la noche anterior previa en el encierrillo, escudriñando las posibles reacciones que pueda tener el ganado unos minutos después, anécdotas de los toros de la tarde anterior, son temáticas habituales para pasar el rato, hay que distraerse como sea. Estiramientos unos, calentamientos maratonianos otros o cigarritos apoyados en la pared, acercan al momento en el que habrá que entrar al recorrido mientras se escucha de fondo la última diana de La Pamplonesa que eriza el bello, o mientras martillean las cabezas de los corredores las recomendaciones que escupen las megafonías del ayuntamiento.

Una vez dentro, las cuadrillas se arremolinan, la intimidad y la tensión se acrecienta, las bocas se secan al ser cada vez más consciente de que aquello por lo que se esperó todo un año, está a punto de suceder. La barrera policial se abre y cada cual busca su puesto. Unos días, lo hace pronto y no cuesta alcanzar la posición de comienzo de carrera. Otras en cambio, la apertura se retrasa y la angustia y los miedos se acrecientan más si cabe. Unos pocos prefieren entonar o escuchar el cántico a San Fermín en la hornacina de Santo Domingo. El silencio es sepulcral y unas 300 gargantas entonan el “A San Fermín pedimos”. Las paredes amuralladas del inicio de la cuesta encajan las voces acongojadas pero fuertes, serias, roncas, del que lanza al viento el periódico. Otros prefieren encarar la cuesta arriba e ir poco a poco acercándose a cada particular puesto de salida.

Escuchar el cántico en Santo Domingo, estremece.

Los saludos a conocidos que aguardan en los balcones suelen ser leves gestos de sonrisa forzada. En ese momento no esta el asunto para cordialidades. Dar la curva de Estafeta a menos cinco y encarar esa mítica calle, estrecha, alta, poblada de miles de cabezas que asoman por los balcones presagiando lo que en breves instantes va a acontecer, es un momento especial. Ver todos los equipos fotográficos colocados en los resquicios mas inverosímiles de la curva ciega de Estafeta y a los reporteros apiñados y encaramados al vallado, buscando la toma que quizás al día siguiente ocupe portadas a nivel mundial, acojona. Mucho.

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Este tiro bajo en la curva siempre ofrece imágenes espectaculares.

A los guiris les da por gritar y cantar ridículas canciones. Aunque parecen felices y contentos por haber hecho realidad su sueño de estar por una vez en su vida allí, está claro que intuyen que lo que va a pasar es muy serio. El ambiente que se respira pone a prueba los nervios del más desconocedor. Los que saben de que va esto, los que han visto al toro de cerca y han gozado ante el toro, han visto cogidas o han tenido sustos en la calle, generalmente presentan semblante serio y blanquecino. El toro cortado de la carrera sacando su instinto de ataque a relucir, apalizando a quien caiga en su terreno, nunca se olvida. Su gesto cambia, su mirada se transforma, aquí estoy yo parece que dice…..

Ver a escasos metros a un toro corneando a un mozo, impresiona.

El cohete se oye estruendoso en la zona de Santo Domingo haciendo que el cuerpo de un respingo, pero de mitad de Estafeta para arriba casi es imperceptible, un sonido seco, sordo, seguido de una ovación que recorre Pamplona casi de lado a lado. Cada cual aguarda en su zona de carrera. Esta tensa espera desde que suena el cohete hasta que llegan los toros, puede ser de unos segundos abajo o de casi un minuto y medio en la parte de arriba del recorrido. Los balcones se vacían en estos momentos. Los espectadores miran los primeros tramos de carrera en sus televisiones, pero cuando la manada va subiendo recorrido arriba, la gente sale de manera precipitada a ver llegar la manada. Los flashes de las cámaras comienzan a iluminar la calle y avanzan Estafeta arriba cual piezas de dominó, uno tras otro. Los toros están cerca y esa locomotora de casi 10 toneladas avanza inexorable llevándose por delante todo lo que no lleve su ritmo. Llegan las primeras carreras de los compañeros que te preceden. Gritos, saltos, empujones, forcejeos. Violencia. Extrema muchas veces. La manada se intuye pero no se ve hasta que está a pocos metros. Hay que buscar el toro y el hueco. Se debe respetar a quien viene colocado. Colocado en terrenos de Gloria, colocado en terrenos de sangre……

Esto es la Estafeta cada mañana de julio.

Fotón de Pedro Armestre.

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En una de las últimas escaleras presanfermineras, recibí un precioso regalo. Un buen amigo, corredor y estudioso del encierro me regaló una foto insólita para mi, de una carrera que pude disfrutar junto a dos buenos amigos a finales de los 90. Insólita porque para un apasionado de la fotografía taurina y por extensión del encierro, acto plástico y bello como pocos, es difícil ya encontrar imágenes diferentes no vistas de entre las miles ya realizadas en esta carrera. El caso es que esta toma en cuestión es una toma cenital, por la perspectiva parece tomada desde un globo aerostático:

Casi el mismo momento, diferente punto de vista.

Entre todos los allí presentes aquel día, uno de los primeros comentarios fue la poca gente que se observa alrededor de la manada y la bonita distancia que llevábamos a la cabeza de la misma. Esto hoy generalmente ha cambiado. Las distancias se han acortado ya que el incremento de corredores perfectamente preparados y con ganas infinitas de su momento de disfrute, probablemente hubieran acabado con ella. Hoy se corre muy cerca, mas que nunca. Hoy la distancia es la mas corta de la historia del encierro. El encierro ha seguido una clara evolución. Cada vez son más los que se acercan a  las calles de Pamplona a tratar de acompasar su carrera a la de los bureles, cada vez más y más entrenados por lo que por extensión se hace más difícil poder llegar cada mañana a ese momento de gloria que supone recorrer unos metros delante del toro, fundirse en su camino sintiéndose parte de la manada. Nuestros mayores corrían a otras distancias de las que se corren ahora, así aprendimos a correr hace años. Hoy los jóvenes que entran al recorrido lo tienen mas difícil si cabe, con una competencia feroz que hace muy difícil acercarse a la cara del toro. Y esas distancias que hoy son tan cortas, unidas a la alta velocidad que el encierro lleva hoy día, hace que  los boletos teñidos de sangre sean muy numerosos.

Distancias de antes….

Y distancias de ahora:

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Aun así la clave del encierro hoy y ayer es que es absolutamente imprevisible. Aquel día de la foto desde el globo comentada (10 de julio de 1997, Torrestrella) lo que parecía que iba a ser una tranquila aunque emocionante bajada entre amigos hacia la plaza se trunco en cuestión de metros. A pesar de la relativa comodidad que había en la carrera, los corredores que iban por delante comenzaron a caer, el toro colorado de cabeza derrotó hacia la izquierda tirándose a por el corredor de rojo. La cosa se complico y bajando a la plaza cayo el del medio y al entrar en el callejón un montón que había a la derecha del mismo hizo que el toro negro que bajaba pegado al vallado derecho me arrollase con fuerza. Por suerte la cosa no paso del susto y de las magulladuras. La emoción y congoja posterior fue suprema.

Por eso titulamos hoy nuestra entrada «Terrenos de Gloria y Sangre». En el encierro las distancias hoy día se han acortado mucho pero históricamente siempre ha habido unos terrenos en los que el corredor se siente plenamente integrado en la carrera, pero son y han sido distancias cortas que implican que un mal paso, un corredor caído, parado o que se levanta, o un leve acelerón de la manada, puede hacer que el corredor sea engullido por la misma, golpeado o en el peor de los casos ser corneado por el toro al que segundos antes templaba en carrera.

Aquí reina el misterio y la maravilla de esta fugaz y peligrosa carrera. La IMPREVISIBILIDAD de cada encierro es la clave de este juego, y su máximo atractivo. Y sortear esa imprevisibilidad es el máximo reto. Hasta finales de los noventa, era un tópico que los toros de Miura nunca se quedaban en la calle. Desde mediados de los 70 en que al encontrarse con un montón en el callejón les obligo a volverse hacia atrás, los encierros de los de Zahariche fueron siempre rápidos y compactos. Hasta que a principios de los 2000 un Miura se quedo en Estafeta y sembró el pánico. Desde entonces al menos 5 años los toros de esta ganadería se han quedado en la calle y han repartido estopa sin conocimiento, dándonse cornadas terribles como las del día 14 del año pasado o las graves cogidas que asestó “Ermitaño“ en 2009. La imprevisibilidad es un hecho. Y unos minutos antes de la carrera, todos se preguntan; «¿Qué pasará hoy?»

Los Miuras de ahora se paran muchas veces en carrera…..

…..y reparten terribles cornadas, son muy fieros cuando pasan al ataque.

Por ello, los hombres y mujeres que acuden a la calle cada día tienen esa angustia. La angustia de pensar si serán capaces de aprovechar ese momento que la carrera le brinda, de aguantar la muralla humana que se tiene delante cuando se consigue coger toro, por no saber si podrán escapar de ese momento de atolondramiento, de esa caída, de si será capaz de dar ese paso al centro de la calle que le hará tener su momento de satisfacción, y si a eso de las 8 y 3 minutos estarán de nuevo con sus amigos o yacerán tumbados en una camilla camino del hospital. Y por supuesto, todo el proceso antes descrito, desde que uno se levanta de la cama hasta que una buena mañana de julio se encuentra ante el TORO, hace que esto sea una droga. Droga dura decían algunos míticos corredores. Un reto que muchos nunca volverán a probar y de la que otros no se podrán nunca desenganchar, aunque ya no vayan a la calle.

Estafeta, carreras largas y templadas. A partir de aquí al toro, «se le aguanta». A veces.

Curva de Estafeta. Habilidad máxima y control de las distancias.

Entrada a la plaza, tras el oscuro túnel, la luz y el final del encierro. Momento mágico.

Santo domingo, fuerza, precisión y mucha, mucha rapidez. El siguiente paso se puede dar……o no.

En algo más de una semana Pamplona, sus encierros y la exitosa Feria del TORO con mayusculas, que goza de una gran salud, volverán a ser temática de horas y horas de emisiones a nivel mundial. En Pamplona, el TORO y la FIESTA están y seguirán muy vivas, le pese a quién le pese.

Quedan pocos atardeceres ya para que los que van a ir a la calle busquen esas cortas distancias a cara y cruz de las que hemos hablado. Quedan pocas noches ya para sufrir esos miedos íntimos y personales en la soledad de la noche, y falta muy poco para compartir el miedo con los compañeros en el recorrido del encierro cuando llegue el deseado día 7 de julio.

Queridos amigos y compañeros de carrera:

Tengamos cuidado ahí fuera, el mejor encierro es el que se acaba almorzando.

Disfrutemos de las carreras que podamos y respetemos al TORO y al que venga colocado en carrera.

Suerte para todos.

¡¡¡YA FALTA MENOS!!!

Arse&Azpi

There are 2 comments
  1. Javier Manero

    Me encanta que pasan los años y seguimos hablando en el mismo idioma
    Y sintiendo las mismas cosas
    Precioso
    Ya no falta nada
    Un abrazo
    Javier

  2. Chapu Apaolaza

    Gracias por acordarte de un Apaolaza. Qué bien pones a la gente en la calle. Un abrazo, hermano, suerte y viva San Fermín.

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