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«Recuperar la bravura» por A. Purroy

Nuestro buen amigo y prologuista de nuestro libro «TORO, una vida en imágenes», el catedrático de Producción Animal Antonio Purroy, nos hace llegar estas interesantes reflexiones al hilo de la bravura y del estado actual de la FIESTA. Pasen y lean:

OBJETIVO PRIORITARIO: RECUPERAR LA BRAVURA

Estamos inmersos en tiempos difíciles para la Tauromaquia, no queda más remedio que estar vigilantes para protegerla. Uno de los mayores problemas que tiene la Fiesta de los toros en estos momentos, no viene de fuera, se encuentra en sus propias entrañas: la falta de bravura y de casta del toro actual, un animal que pasa por el primer tercio, el de varas, como un rayo atraviesa un cristal, sin romperlo ni mancharlo. Después de las banderillas, en la muleta, se pone a embestir de manera noble, repetida, sosa y predecible. La recuperación de la bravura verdadera y el equilibrio entre los diferentes tercios de la lidia es absolutamente indispensable para salvaguardar la Tauromaquia.

Casta Vistahermosa

Es una constatación real que desde hace más de un siglo las figuras que han mandado en la Fiesta -al principio fue Guerrita, después la collera Joselito/Belmonte y los que vinieron después…-, empezaron a imponer la casta Vistahermosa a los ganaderos de bravo, porque este tipo de toro era el animal más completo y equilibrado para la lidia, pues, habiendo sido bravo en el caballo, llegaba a la muleta en unas condiciones adecuadas para embestir. Quizá por ello, la historia de la tauromaquia en el siglo XX y lo que llevamos de éste, está jalonada de toros que, además de haber sido bravos en el caballo, han sido nobles en la muleta.

La preferencia de la sangre Vistahermosa se ha ido acentuando desde comienzos del siglo pasado, lo que ha provocado que casi todo el ganado de lidia actual proceda de esta casta fundacional. La casta Jijona está prácticamente desaparecida; de la casta Vazqueña solo quedan unas pocas ganaderías -y goterones en otras-; las castas Cabrera y Gallardo se sabe lo que representan, y la Casta Navarra ha quedado reducida a los festejos populares… Esta es una realidad tozuda con la que tendremos que lidiar en el presente y en el futuro.

Los ganaderos de bravo se han instalado en esta realidad hasta llegar al tronco Murube-Ybarra-Parladé del que proceden la gran mayoría de las ganaderías actuales, siendo el encaste Parladé el más numeroso a través de la rama Domecq, que ha derivado a su vez en “nuevos encastes”, aunque a todos ellos se les considere “encaste Domecq”. La metodología casi perfecta de selección -selección por ascendencia, masal y por descendencia-, y los conocimientos y la afición de los ganaderos, han hecho que consiguieran un toro mucho más noble que bravo, como consecuencia de la presión asfixiante del “cotarro taurino” y de la educación equivocada del público, que demanda un animal que apenas necesita ser castigado en la suerte de varas -de aquí a la desaparición de la suerte solo hay un paso-, bonancible y predecible en la muleta –y por tanto sin fuerza y pujanza-, que permite la creación de un arte sin emoción y ya se sabe que, en los toros, “el arte sin emoción no es arte”. Porque, ¿dónde queda el arte de la lidia de un toro encastado y difícil, como decían Domingo Ortega y Marcial Lalanda, entre otros? ¿No será que “nos está ahogando la estética”, como decía Unamuno?

Bravura vs. nobleza

Se da la circunstancia de que en la raza de lidia se avanza más lentamente en la mejora del carácter nobleza que en la del carácter bravura, pues esta última se transmite de padres a hijos más rápidamente que la nobleza, tiene un mayor coeficiente de heredabilidad. Los ganaderos de bravo han tenido mucho mérito, porque han conseguido en los últimos 50 años hacer un toro mucho más noble que bravo, no por propia voluntad sino por exigencia de la demanda, del mercado taurino. Bien es cierto que para ello han trabajado con una buena materia prima, ya que como se ha dicho se vieron casi obligados a cambiar su casta original por la de Vistahermosa, casi siempre de la mano del encaste Domecq.

Muchos ganaderos actuales podrían volver a la senda de la bravura y de la nobleza encastada en pocas generaciones de su ganadería, porque tienen conocimientos suficientes para ello. Es más fácil pasar de nobleza –más o menos encastada- a bravura que lo contrario. Pretender mantener solo nobleza es muy difícil y puede derivar en mansedumbre sorda y peligrosa, como se ha visto en bastantes ganaderías. Se trata de hacer un toro más equilibrado, de bravura integral, que se emplee en los tres tercios de la lidia. Es lo que preconizaba el ganadero J. P. Domecq Nuñez de Villavicencio que buscaba este tipo de toro integral cuando cambió su vacada de origen vazqueño, recientemente comprada, por la casta Vistahermosa por la vía Parladé/Conde de la Corte hacia los años 30 del siglo pasado. Aquel hombre fue un buen ganadero y tuvo una gran intuición sobre el futuro de la tauromaquia. Su hijo Domecq Diez continuó su legado y mantuvo el timón original de su progenitor. Lo que ocurrió a partir de entonces es bien conocido.

Para enderezar el rumbo hay que cambiar las reglas del mercado taurino y las preferencias del público, incluidos los aficionados, para que demanden un toro bravo de verdad con una nobleza encastada, que propicie emoción y belleza durante la lidia; lógicamente, es necesario que los toreros que mandan en el escalafón quieran enfrentarse a ellos. Si solo hubiera este tipo de toro no les quedaría otra salida que anunciarse con ellos y además se abriría mucho más la oferta al resto de matadores. Los responsables de educar al gran público en esta dirección son los aficionados, ya que salvo honrosas excepciones poco se puede esperar de los medios de comunicación.

Existe, sin embargo, un gran escollo para ello y es la división entre los propios aficionados, pues los llamados toreristas posiblemente no estuvieran de acuerdo con el cambio. A estos habría que decirles que se trata de conseguir una nueva dosis de bravura, pero sin perder la esencia de la nobleza. Y esta es la senda que debe tomar la nueva tauromaquia, de lo contrario, peligra el futuro de la Fiesta. Aquellos que solo aman el arte desprovisto de emoción, los toros nobles pero ayunos de fiereza y pujanza, tendrán que aceptar la recuperación de un toro que nunca debió perderse, que sea capaz de aguantar los tres tercios equilibrados de la lidia.

La realidad actual es la existencia de una mayoría abrumadora de animales de sangre Vistahermosa, por la vía del encaste Domecq, en los diferentes encastes derivados. A esta situación se ha llegado en las últimas décadas y es muy difícil dar marcha atrás, casi imposible, ¡con estos bueyes tendremos que arar!

¿Y ahora qué?

Hoy no se puede borrar de un plumazo el encaste Domecq que inunda todos los rincones de la ganadería brava española, pero sí se puede pedir -¿exigir?- que vuelvan a la senda de la bravura, a recuperar esa bravura integral que nunca debió perderse. La responsabilidad de los ganaderos propietarios de este encaste, en sus diferentes variantes, es muy grande con el futuro de la Tauromaquia. Lo mismo habrá que pedirles a los ganaderos con encastes menos numerosos hoy en día, como Murube, Ybarra/Saltillo, Núñez… para que mantengan o vuelvan a la senda del toro bravo y pujante, con una nobleza encastada. Y también, por supuesto, a los ganaderos de encastes minoritarios –algunos les llaman singulares- en serio peligro de extinción, que busquen un toro íntegro y completo de principio a fin.

No se puede admitir que se diga que la verdadera bravura es la de un toro que, habiendo pasado desapercibido por la suerte de varas, se pone a embestir en la muleta de manera noble y predecible. Esta podrá ser la verdadera nobleza pero nunca la verdadera bravura. Desterremos para siempre esta falacia. Un toro bravo tiene que plantar cara en el caballo, crecerse en el castigo, repetir al menos una segunda vez, mostrar ganas de atacar. Después, venirse arriba en banderillas –avivadores, como se les llamaba antiguamente-. Una vez en la muleta, repetir las embestidas con una nobleza encastada que transmita emoción a los tendidos y que exija ser domeñado por el torero, para después crear arte con emoción.

Este tipo de toro se tiene que volver a hacer, los ganaderos lo tienen que conseguir, y tiene que salir de la casta Vistahermosa, de la rama de Domecq, porque es claramente mayoritaria en la ganadería brava actual. Es el toro además que demandan los buenos aficionados y que hay que conseguir que sea el que pida también el público en general. La gente solo volverá a las plazas si percibe riesgo y emoción en el ruedo. Los ganaderos que se enfrasquen en esta tarea se sentirán más auténticos porque están criando el verdadero toro de lidia. Los toreros también saldrán beneficiados porque solo el enfrentamiento a un toro bravo y encastado da sentido a su profesión. La satisfacción de poder cuajar un toro después de haberle podido y dominado y crear arte además, hasta emocionar al público, tiene que producir una sensación placentera indescriptible. Así, no tendrían que pedir que les dejasen crudos los toros en varas en las ferias importantes, donde un triunfo tiene una gran repercusión. La exigencia de torear este tipo de toros les limitaría el nº de actuaciones, lo que dejaría espacios para los toreros situados en puestos más bajos del escalafón.

Y sobre todo quien va a salir beneficiada es la propia Fiesta, pues como se decía al comienzo de este artículo la recuperación de la bravura y de la casta del toro de lidia es el aspecto fundamental para salvaguardar la Tauromaquia universal, ¡todo son ventajas!

Antonio Purroy Unanua

 

 

Arse&Azpi

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